El Llanero Solitario.- Todo el trabajo lo hace el mismo y muy de vez en cuando lo acompaña un modesto ayudante que se encarga de los reportes y la captura de datos. Es poco sociable y casi no tiene fe en sí mismo, pero es de buenas intenciones. Vende su trabajo a un precio 80% menor de lo que sería sano para la industria del software de su región. Nunca ha vivido solo, depende cada día de los cuidados de una mujer, sea su madre, su hermana o su esposa. Cuando está por cumplir 40 años, su primo lo invita a poner un auto lavado, negocio del cual comienza a vivir mejor. Finalmente termina como responsable del área contable y del mantenimiento a la base de datos, mientras su socio se encarga de todo lo divertido, incluyendo el trato con las edecanes.
El consultor cinco estrellas.- Sobre su escritorio hay tres libros de modelado UML, dos manuales de patrones de diseño, una copia fotostática del último curso de certificación que recibió y una fotografía del viaje que hizo a Vancouver con su novia y la encajosa hermana de ésta el año anterior. Es muy irritable pero trata de ocultarlo. Para él, la gran mayoría de los desarrolladores son unos mediocres insoportables. Rara vez participa en un foro público, y cuando lo hace pareciera que sus palabras son emitidas por un robot, cero sentimientos hacia los demás. Su código fuente carece de consistencia y estilo y es poco eficiente, pero él sabe que un “
cinco estrellas” no puede estar equivocado, así que continúa por el mismo camino sin escuchar consejos de alguien que no haya escrito cuando menos tres libros de programación. Termina como director del departamento de informática en una famosa compañía de seguros, donde engorda descomunalmente y pierde todo interés en la ingeniería de software.
El comprador compulsivo.- Goza de buenas finanzas, pero no gracias al desarrollo de software, sino a otras actividades menos exigentes en las que trabaja con ánimo todos los días. Siempre quiso ser un desarrollador de verdad, pero se le ocurrió casarse y tener dos hijos antes de cumplir 23 años, así que terminó trabajando en algo más fácil y redituable. Adquiere cada versión de su lenguaje favorito en cuanto estos productos salen al mercado, aunque no aproveche ni el 10% del potencial de tales herramientas. No lo piensa dos veces antes de comprar una suite de componentes que jamás usará para un caso real y utiliza la tarjeta de crédito hasta para mirar desnudos en la Web. Cada vez que se cansa de analizar un problema de lógica, hace una pausa de tres semanas antes de reanudarlo. Los únicos programas que logra terminar son para su uso personal y tienen serios fallos.
El emprendedor tardío.- Ingeniero civil o eléctrico de profesión, trabajó más de 20 años para el gobierno haciendo casi de todo. Un día decide invertir sus ahorros en algo que parece llamarle mucho la atención: desarrollar software «
como el que viene con mi Windows». Así que pone un
changarro, claro, sin renunciar a las prestaciones de su plaza en el gobierno. Cuando su pequeño negocio por fin comienza a dar algunos frutos (gracias al compadre que acaba de ser ascendido a director de finanzas en una importante provincia), entonces sí renuncia a su empleo y se dedica al negocio de tiempo completo, contratando dos practicantes a los que les paga una miseria. Al cabo de un año se queda con uno solo y luego despide al otro. Dura unos seis meses más así, hasta que contrata a una secretaria de la cual se vuelve amante el verano siguiente. Cierra el negocio y finalmente se dedica a los bienes raíces.
Estaba inspirado esta noche, creo que me han regresado las ganas de volver a escribir.
Cuatro típicos abrazos.
Al González.
