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Por el momento he decidido que saldré de casa (que también es mi oficina) una sola vez cada tercer día, en un radio de no más de 800 metros, solamente para comprar alimentos y realizar algunos menesteres, todo lo necesario en la misma salida. Y considero que la hora apropiada para ello, aquí en el centro de la ciudad, es después de las 8:00 PM (poca gente en las calles y comercios abiertos aún). Ya me distancié de mis allegados locales; confío en que lo comprenden y ojalá ellos hagan algo similar en la medida de lo posible.
Tengo la ventaja de ser un hombre soltero, que trabaja en casa y, diría también, un poco ermitaño. La sana compañía que a veces me procuro tendrá que suspenderse. Otros lo tendrán más difícil, quizá, por vivir en una metrópoli con personas bajo su dependencia y tener que ir a trabajar lejos, o ser habitantes en zonas con servicios médicos insuficientes, o simplemente por haber alcanzado cierta edad bajo complicaciones de salud.
Aquí todavía se ve gente ir por la calle como si nada sucediera, si bien algunas escuelas decidieron suspender clases (una semana antes de la fecha propuesta por el gobierno). Cuales sean las circunstancias de cada quien, creo que debemos tomar conciencia de que este virus no entiende de fronteras. Viendo como cada país va enfrentando la pandemia, muchos por lo visto tardíamente, me parece que la palabra definitoria es RESPONSABILIDAD. ¡Quédense en casa!
Amigos, cuando terminaba de escribir estas líneas llamó uno de mis hermanos para decirme que mi anciana madre, allá en el norte, acababa de fallecer. No por COVID-19, aclaro, pero hay alivio en saber que ya no sufre. Me da a pensar que partiera mientras yo escribía con esmero, esto que tanto me apasionaba hasta hace pocos años, y cuya sensación de arena suave deslizándose a través de mis manos pude recordar hoy.
Muchas emociones.
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