Hola Miguel.
Me tomé el atrevimiento de referirle este hilo por correo electrónico a varios colegas Delphi que viven en Colombia (al menos uno de ellos en Bogotá).
No soy creyente, no tengo un concepto definido de familia (si bien valoro el haber crecido en una familia tradicional y unida) y para colmo no soy padre, pero sé lo que es tener seres entrañables y estar lejos de ellos.
No obstante, estoy seguro que nada de lo que yo haya sufrido al respecto se compara con el distanciamiento geográfico que ahora tienes de quienes son seguramente los seres más amados en tu vida.
Hace tiempo un amigo que lleva viviendo varios años en Ciudad de México, lejos de su esposa e hijos, me externó con entusiasmo que una empresa de su ciudad natal estaba interesada en contratarlo para un puesto bien remunerado. Aquello era una gran oportunidad para que todos volvieran a vivir bajo el mismo techo. Mi amigo estaba indeciso y lo convencí de que aceptara la oferta: por fin podría costearse la vida, pasando sus días en familia y sin tener que andar diariamente por la fría y estresante metrópoli.
Pero 24 horas más tarde su jefe, uno de esos astutos capitalistas
encafeinados cuya vida es un constante juego de ajedrez mercantil, lo convenció de quedarse en la compañía ofreciéndole un jugoso aumento de sueldo. Entonces mi amigo, en lugar de regresar a vivir a su apacible ciudad natal (una de las pocas ciudades mexicanas que rara vez aparecen en la nota roja de los periódicos), al lado de su esposa, hijos, demás familiares y amigos de toda la vida, trabajando para una empresa local y con un buen sueldo, prefirió trasladar a su consorte y prole a Ciudad de México.
No trato de hacer un juicio sobre si hizo mal o no, pero sí de dejar ver lo que es este fenómeno de concentrar casi toda la actividad humana en unas cuantas localidades. Para mí los pueblos y las ciudades son como células distribuidas que se nutren según las necesidades sociales, pero que enferman cuando tales necesidades son ignoradas y se pone más atención en los ingresos y en los negocios. Se crea pues un desequilibrio que tiene a muchos países de esta región del mundo como hoy los vemos.
Todavía recuerdo cuando mis compañeros de la escuela me decían: «
Me voy a Juárez porque allá hay más trabajo». Hoy esa ciudad incrustada en el recalcitrante desierto, y construida pensando más en la industria que en las personas, es la más violenta del mundo. Algunos de ellos ahora tienen un gran
nivel de vida (ingresos), pero la mayoría gana lo mismo o menos que los que optaron por quedarse en Chihuahua. Y eso sí, todos los que se fueron, sin excepción, sudan la gota gorda tratando de procurarse
calidad de vida (bienestar).
Hablando de chihuahuenses, me considero un bicho raro. Mis paisanos, por lo general, ven más hacia al norte (Juárez o Estados Unidos) que hacia el sur. El destino me llevó a residir en Morelia, una ciudad en el centro del país ("sureña" para cualquier chihuahuense que jamás a haya cruzado la caseta de Jiménez), pequeña y con una urbanización y unos servicios públicos de menor calidad que mi ciudad natal (a veces eso me pesa). Pero llevar más de cinco años aquí me ha permitido sacudirme un poco la idiosincrasia del mexicano norteño al tiempo de aprovechar muchas de las oportunidades de viaje y culturales que ofrece esta región del país.
Pero aun así, mis ojos están puestos en levante, y espero haya ocasión de conocer la vida en un país donde se cultiven olivos a montones y se hable castellano.
Un abrazo en casa.
Al González.
