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Smile Relato informático (tercer intento)

Cuernavaca, México. Domingo 27 de junio de 2004.

En los jardines de la catedral de una ciudad de diecinueve cuartos de siglo.

A finales de 1996 hube de trabajar nuevamente por mi cuenta. Me anunciaba en El Heraldo de Chihuahua con avisos como "¿Problemas con su computadora?", "Programas hechos a la medida", y a veces un ostentoso y descarado "Descifrado de contraseñas y decodificación de programas protegidos".

Así fue como un ingeniero civil, cuyo nombre reservo, me contactó para solicitarme que le quitara la protección de acceso a un programa que servía para calcular presupuestos de obra. Sencillamente lo copió de una computadora de su trabajo para poder usarlo en casa y, de manera particular, obtener provecho económico de su uso. Cuántas historias hay de personas que deciden tomar el camino de la empresa propia por la vía de la traición.

En aquel entonces, mi ética profesional no alcanzaba a cubrir la validez de las patentes de software, licencias y derechos de autor. Que si bien, pocas veces son justas en la práctica, no debe olvidarse que están bajo el amparo de la Ley. Esa que todos deberíamos respetar por dos razones fundamentales: congruencia e inteligencia. Congruencia porque somos nosotros mismos, los ciudadanos, los que directa o indirectamente la erigimos. Inteligencia porque al respetar la Ley nos procuramos una mejor existencia colectiva y una mejor trascendencia personal.

Le dije al Sr. X que aquel trabajo requería de mucha paciencia, porque la metodología que yo aplicaba para desproteger programas consistía en modificar una y otra vez pequeñas partes del código cifrado del programa, con la esperanza de que alguna de ellas estuviese relacionada con la validación de acceso. Lo que jamás le mencioné, fue que nunca en mi vida había intentado realizar algo así. Sin embargo, había mil doscientos mugrosos pesos de por medio. Pero, lo que tras miles de pruebas pudo llevarme meses en resolver, quedó milagrosamente resuelto en menos de dos días. ¡Apenas al décimo u onceavo intento de prueba y error!

Le llamé por teléfono para informarle que el trabajo estaba terminado, que había desprotegido su programa, lo cual le causó sorpresa por la prontitud mostrada. Su asombro fue muy elocuente cuando examinó la operatividad del programa en la pantalla. Le tuve que hacer un descuento con tal de que me pagara pronto. Me entregó ochocientos pesos y un teclado que aún permanece conectado a la computadora de mi hermano.

Se acercaban las fiestas navideñas. El Sr. X mencionó que un colega y amigo suyo, residente de Torreón, estaba de visita en la ciudad. Dijo que su amigo lideraba a un grupo de programadores en la ciudad de las polvaredas, y que con gusto le haría una recomendación de mi. Antes de Año Nuevo, Rodrigo Baca, gerente de una empresa de servicios informáticos, estuvo frente a mi computadora observando las aplicaciones de software que hasta la fecha había yo desarrollado. Se mostró satisfecho con su estructura y funcionamiento, haciéndome una atenta invitación para trabajar en su equipo.

El siete de enero de 1997, a los veintidós años de edad, me mudé a Torreón. "Quizás esta es la oportunidad de empleo que tanto he buscado. Si no funciona, juro que formaré una compañía de sistemas yo mismo", me dije. Estuve siete meses allá.

Un abrazo a toda la comunidad.

Al González .
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