|
Tuve la grandísima suerte de asistir a una clase magistral impartida por él en Burgos, hace unos años. Fuimos unos quince afortunados. Aquel hombre llenaba la sala sólo con su mera presencia. Incluso sin maquillaje y con traje de calle era capaz de excitar nuestra imaginación a su antojo (precisamente de eso trataba la clase magistral: de cómo utilizar elementos a nuestro alcance en el teatro).
También recuerdo con escalofríos uno de los números con los que nos deleitó al día siguiente, en el que interpretaba a un actor que iba poniéndose distintas máscaras. En realidad era su propia cara que cambiaba se expresión. La última de ellas era una máscara que representaba una carcajada, pero se le queda pegada y no podía quitársela. Fue impresionante cómo, a pesar de la extrema alegría que irradiaba su rostro, fue capaz de transmitir la desesperación del actor por no poder quitarse la máscara. Muy pocos actores son capaces de conseguirlo.
|