¡Ay no!
Me acordé de lo que sucedió hace como un mes. Tocaron a la puerta de mi apartamento cuando acababa de ducharme, sólo llevaba puestos unos pantalones al abrir la puerta, y para mi gran sorpresa se trataba de dos hermosas chicas como de 24 o 25 años, una morena y la otra rubia. La primera no pudo disimular cierta emoción al mirarme, tardando una fracción de segundo en despegar sus ojos de mi tórax para luego esbozar una ligera, casi imperceptible sonrisa de complicidad mirándome ahora a los míos.
La chica rubia daba un aire de no querer mirar y de haberse dado cuenta del desliz de su compañera, como diciéndole telepáticamente «
parece que nunca has visto a un hombre sin camisa, además está reflaco, ¿por qué te emocionas tanto?».
Aquello sucedió a la velocidad del rayo, como diría Gabo. Luego todo sucumbió para dar paso a las «biblias en inglés» que esas bellas mujeres promocionaban puerta por puerta.
—¿Entonces vienen de alguna religión? —pregunté.
Las dos chicas asintieron.
—Lo siento, no me interesa —les respondí—. Pero de todas formas gracias.
Horas después de haberles cerrado la puerta con todo el dolor de mi alma, comencé a fantasear sobre la posibilidad de haberlas hecho entrar y habernos sentado los tres a la orilla de mi cama, con la rubia a babor y la morena a estribor, olvidándonos poco a poco de la moral y de sus biblias, para dar paso a un intenso y descarado amor de tres.
Suspirar no cuesta nada.
Un abrazo libidinoso.
Al González.
